
Entierro celestial, un funeral Tibetano casi prohibido en China.
Alberto y Roci, de “China sin tapujos”, han vivido en el gigante asiático durante muchos, muchos años. Un país que ofrece, gracias a su tan diferente cultura, experiencias que pueden no encajar en las mentes más cerradas de los occidentales. Viajeros como pocos, exploraron el país, y gracias a eso vivieron tan curiosos momentos que escribieron un libro, en serio, se puede comprar aquí. En este post, nos permitieron publicar su aventura en un entierro celestial.
EN ZONA TIBETANA: ENTERRAMIENTO
CON BUITRES
“Quizá el aspecto más espiritualmente enfermizo de la
cultura occidental sea la incapacidad para aceptar la
muerte como parte natural de la vida” F. Javier González
- Un permiso para el Tíbet
- Los pueblos más tibetanos de China
- Una cómoda pensión
- Un enterramiento con buitres
- Y llegó el cuerpo
- Como se puede explicar este fenómeno
- Un accidente de tráfico en China
- El dominio del PC
- Visitar un templo de un pequeño poblado
Finalmente, no visitamos el Tíbet a pesar de las tremendas ganas, pero hicimos algo infinitivamente más satisfactorio para descubrir la auténtica cultura tibetana. Lo decidimos cuando fuimos conscientes de la parafernalia creada por el partido comunista en esta región.
UN PERMISO PARA EL TÍBET
Para empezar, la normativa exige un permiso especial para entrar en territorio tibetano aparte del obligado visado chino. Lo más deleznable es que para conseguir dicho permiso es necesario organizar el viaje mediante un tour organizado y tan solo incluyendo lugares considerados turísticos, amén de pagar una buena suma de dinero por ello que va directamente a las arcas del estado. No somos muy dados a este modo de viajar. Nosotros decidimos cuánto tiempo queremos permanecer en un lugar cuando nos encontramos en él in situ. No somos aficionados a las prisas ni nos interesan únicamente las zonas de interés turístico.

Actualmente, gracias a internet, puedes acceder a una amplia información sobre tu próximo destino, no siendo imprescindible la contratación de un guía, o hasta puedes leerte un libro ambientado en el mismo durante el viaje, práctica que realizamos con asiduidad y nos deja un sabor de boca mucho más agradable que una visita en grupo (recomendamos el libro de James Hilton “Horizonte perdido”, ambientado en Shangri-La y sus alrededores, para este destino en concreto). Para gustos, colores.
LOS PUEBLOS MÁS TIBETANOS DE CHINA
Por estos motivos nada despreciables, nos lanzamos a realizar un espiritual y místico periplo por las provincias lindantes de Sichuan y Yunnan, donde tanto el paisaje como la cultura son enteramente tibetanos, pese a la decisión del partido de no incluirlos bajo la misma denominación territorial.
Pueblos salvajes a más de cuatro mil metros de altitud con llanuras que adquieren un impresionante color rojizo al atardecer, florecientes estupas, templos budistas y coloridas banderas tibetanas por doquier que adornan los primitivos caminos sin asfaltar y repletos de polvo tan característico de estos lares, así
como personas sencillas y alegres que viven una vida tremendamente dura en un lado tan inhóspito del planeta.
De entre todas las experiencias, la más sorprendente y difícil de digerir fue presenciar un enterramiento tibetano con buitres (jhator). Este ancestral ritual ya está prohibido en casi todo el territorio chino, pero, por alguna razón que desconocemos, existen ciertos pequeños poblados en los que aún se permite. En uno de ellos, contemplamos un espectáculo de lo más insólito.
Tras recabar información online, nos pusimos a marchar hacia Litang, pueblo sichuanés alejado de la mano de Dios, con mucha ilusión a la par que respeto.
UNA CÓMODA PENSIÓN
Nos alojamos en una pensión lúgubre y austera donde las haya. El baño era literalmente un agujero en el suelo, cosa que no sorprenderá ni a los extranjeros residentes en este país ni a personas de cierta edad que hayan vivido la época de las letrinas, pero con el añadido de una higiene difícil de digerir. Nos recordaba a aquel que se hizo tan famoso en la película Trainspotting. El puro campo se antoja una opción bastante más placentera y conveniente para aliviar nuestras necesidades. La ducha estaba
formada por dos elementos: un gigantesco cubo en el suelo lleno de agua helada y un cubito diminuto para verter uno el agua por su cuerpo. Por aquellos fríos días de noviembre, la temperatura alcanzaba los diez grados bajo cero. No es de extrañar que la dueña de dicha pensión se pasara el día cantando
a grito limpio cantos tibetanos con una sonrisa de par en par. No nos imaginamos otra actitud con la que poder lidiar semejante escenario.
UN ENTERRAMIENTO CON BUITRES, UN ENTIERRO CELESTIAL

Al día siguiente nos acercamos al solitario monte donde se lleva a cabo el ritual y después de un par de horas esperando, tan solo aparecieron un estadounidense y una pareja israelí que venían también movidos por la misma curiosidad, y parecían tan decepcionados como lo estábamos nosotros al ver
que nada ocurría ni nadie se acercaba a aquel lugar. Iniciamos una conversación.
Puesto que no es un lugar muy concurrido por turistas (unos diez al mes nos comentaron) y tuvimos la suerte de coincidir unos cuantos, la ocasión se prestaba a un intercambio de información para confirmar que efectivamente aquel miércoles tenía que suceder lo esperado. Así fue. Aunque las fuentes de información eran diferentes, el contenido parecía coincidir, pero allí seguía sin aparecer ni Cristo.
Cuando estábamos al límite de desistir y marcharnos, apareció una camioneta a gran velocidad y aparcó, tras un derrape agónico, a unos cien metros de nosotros levantando una humareda de polvo que arrancó toses a diestro y siniestro.
Se bajaron de la misma tres adultos varones de unos cuarenta años, cantando y aparentemente bromeando en el idioma local. Se pusieron manos a la obra y embellecieron el monte con banderas tibetanas de colores. En nuestras caras todavía se podía apreciar cierta desconfianza, pues no parecían precisamente personas que vinieran a celebrar un entierro, al menos, no desde una perspectiva europea.
…nos preguntaron “¿Querer ver muerto?, y se rieron a carcajada limpia.”
Nos acercamos para preguntarles, pero, antes de llegar, ya ellos mismos nos lanzaron una mirada y nos dijeron en un inglés suficientemente comprensible: “Want see dead people?” (¿querer ver muerto?) para, posteriormente, reír a carcajada limpia. Respondimos afirmativamente, queríamos ver aquel extraño rito funerario, y ellos nos informaron de que en una hora comenzaría, animándonos a tomar asiento en el suelo y a prepararnos para la chocante ceremonia. Resultaron ser los sacerdotes encargados de oficiarla. Fue un respiro, dado que habíamos sufrido un camino largo y arduo en un 4×4 alquilado para llegar a este remoto pueblo donde ni los autobuses llegan.
Una media hora después, los familiares ascendieron al monte y nos sonrieron con mucha amabilidad al llegar. A continuación, y para nuestra sorpresa, iniciaron la preparación del picnic. Sacaron de sus bolsas comidas y bebidas de todo tipo, tal y como una familia española podría hacerlo en una excursión dominguera al campo o a la playa. Nos ofrecieron y probamos frutas y aperitivos varios. Su mandarín no era del todo claro, como suele ser habitual en provincias chinas donde existe un dialecto u otra lengua materna diferente, en este caso el tibetano, y el nuestro por aquel entonces tampoco era muy allá.
Mientras zampábamos y sonreíamos, observábamos que más y más buitres se congregaban alrededor a sabiendas de que los miércoles había funeral. Fue impresionante ver como desplegaban sus grandiosas alas y emitían esos ruidos tan característicos mientras esperaban su recompensa: un inmenso festín.

De repente, nuestro momento se interrumpió por otro estímulo que surgió de la nada, otra gran furgoneta blanca que se dirigía a una zona más elevada del monte. Todos mirábamos atentamente y en silencio.
Y LLEGÓ EL CUERPO, EL PROTAGONISTA DEL ENTIERRO CELESTIAL
Se detuvo y varios hombres sacaron rápidamente el cuerpo desnudo de una persona, dejándolo
boca abajo ya casi en la cima. Se podía apreciar claramente que se trataba de una mujer de avanzada edad. Los buitres se acercaron inquietos y excitados al lugar donde reposaba ella, pero uno de los sacerdotes se plantó firme ante ellos y todos obedecieron quedándose inmóviles.
Fue un gran shock para nosotros tener ante nuestros ojos el cuerpo inerte de aquella mujer. En ese primer instante parecía como si nos hubiésemos trasladado a una película de ficción. Nuestro cuerpo respondió de primeras con repulsa y malestar. Aunque esperábamos una escena parecida, nos dimos cuenta del gran abismo existente entre conocer indirectamente y experimentar, entre teoría y práctica, entre abstracción y realidad. Lo peor estaba todavía por llegar.
Uno de los sujetos realizó unos cortes al cadáver e, inmediatamente, el sacerdote principal, casi imperceptible ya por los cientos de buitres que lo rodeaban, hizo un ademán con su brazo, se apartó y los carroñeros pasaron a la acción. Ya prácticamente no se podía apreciar nada de aquella mujer. Los animalejos se habían abalanzado sobre esta y solo se escuchaban los estremecedores sonidos producto tanto del disfrute como de la realización de la tarea en cuestión. Al mismo tiempo, los familiares se agrupaban danzando alegres en círculo a unos cien metros de los buitres, haciendo sonar las ruedas de rezo tan típicas de esta cultura y recitando mantras, proporcionando al ambiente una mezcla de misticismo y desconcierto perturbador. No daban muestras de tristeza alguna, y sí de una madura aceptación de la muerte.
Difícil de digerir para un extranjero
Los extranjeros allí presentes no movíamos un ápice de nuestro cuerpo. Contemplábamos estáticos la situación impregnándonos de una ceremonia milenaria que no llegábamos a entender a nivel racional, pero con la que empezábamos a conectar en términos puramente emocionales. Una vez que el pico de los buitres no alcanzaba ciertos pedazos de carne situados en recovecos recónditos del cuerpo, uno de los sacerdotes se tapó la cabeza con una capucha tipo verdugo, se puso unos guantes y comenzó a machacar y trocear los huesos restantes con la ayuda de un martillo para después él mismo ofrecerles a los buitres lo conseguido. Esta, sin duda, fue la parte del ritual más difícil de digerir.
El estruendo provocado por el golpeo incesante del martillo en los restos óseos estuvo en nuestras pesadillas durante semanas. Ni que decir tiene que estuvimos unos tres días sin probar un bocado de carne. Todo terminó después de aquello. Las personas recogieron sus bártulos y se marcharon
por donde habían venido, en tanto nosotros nos quedamos patidifusos en aquel monte durante un rato, sin mentar palabra, reflexionando y asimilando lo que acababa de acontecer ante nuestras narices.
COMO SE PUEDE EXPLICAR ESTE FENÓMENO
El pueblo tibetano cree en la reencarnación, por lo que no ve necesario conservar el cuerpo, viéndolo, tras la muerte, como un contenedor vacío sin uso alguno. Los buitres son los encargados de mantener el ciclo de la vida. Una vez que el alma abandona el cuerpo, este debe ser devuelto a la naturaleza. Es así como ellos lo conciben.
No debemos olvidar otro factor explicativo importante de esta ceremonia. El terreno en esta zona del mundo es rocoso y duro, por lo que es complicado cavar tumbas. Tiene sentido que se hayan tratado de utilizar otros métodos alternativos para deshacerse de los cuerpos sin vida.
Como ocurre con tantos otros comportamientos humanos, existe una causa explicativa última, más vinculada con la evolución y la supervivencia de la especie, y otra causa próxima más relacionada con la cultura y nuestra motivación consciente actual. El mensaje positivo que extrajimos de la experiencia fue el modo en que los tibetanos aceptan la muerte e incluso la celebran. Esto no se puede explicar tan solo por la creencia en la reencarnación. La muerte allá es un tema que no se evita y que se trabaja durante toda la vida. Uno se prepara para asimilar que algún día ocurrirá la nuestra propia o la de nuestros seres queridos. Se exponen al miedo más trascendental del ser humano y no lo reprimen o ignoran como hacemos muchas sociedades occidentales.

La muerte no es tabú.
La muerte no es tabú. Es por ello que existe ese altamente recomendable libro llamado “El libro tibetano de los muertos”. Pensamos que cuando uno mete sus miedos en el cajón desastre, el impacto negativo cuando estos se hacen realidad es mucho más intenso. Asimismo, la absoluta aceptación de nuestra inevitable e impredecible muerte puede generalizarse a otras frustraciones menores de la vida cotidiana que tanto nos cuesta manejar y gestionar. El dolor no se puede mantener alejado por mucho tiempo. Es parte de la vida. La muerte, su máximo exponente.
UN ACCIDENTE DE TRÁFICO EN CHINA
No fue el único acontecimiento sorprendente que nos ocurrió por aquellas tierras. Nuestro amigo José, gran aficionado a la fotografía callejera, nos acompañó parte del viaje. En otro de los pueblos de cultura tibetana tan alejados de la civilización, presenciamos un accidente de tráfico que involucraba a dos vehículos: uno cuyo dueño era tibetano, y otro de policía conducido por un chino han, miembro de las fuerzas del estado.
Tras darnos cuenta del revuelo montado y la cantidad de gente que se aglomeraba alrededor de los coches, nos acercamos a mirar curiosos. José sacó inmediatamente su cámara fotográfica y se posicionó en primera plana para sacar alguna instantánea de la escena. Yo, Alberto, me quedé algo más atrás, disfrutando del altercado sin ser parte protagonista. De buenas a primeras, perdí de vista a mi amigo. No lo veía por ninguna parte y empecé a explorar la calle de arriba abajo con nerviosismo para encontrarlo, pero pareciese que se lo hubiera tragado la tierra.
Una chica vino a mí para intentar comunicarme algo en idioma tibetano, pero yo la ignoré debido a la ansiedad sufrida. Ella me señalaba un lugar, pero mi mente en ese preciso momento no logró conectarlo con la desaparición de mi amigo. Pensé que me quería vender algo, por lo que seguí buscando a José mientras ella todavía me seguía preocupada. La búsqueda duró unos veinte minutos. La calle seguía atiborrándose de gente. Ya casi ni podía introducirme por el tumulto y mi paciencia se agotaba. Al notar que los síntomas fisiológicos de la ansiedad se incrementaban, decidí parar la búsqueda y mantenerme al margen, alejándome hacia otro sitio más tranquilo. Me senté relajadamente en el bordillo de una calle y barrunté qué había podido pasar. Él sabría volver a la pensión donde nos alojábamos. Quizás lo mejor era marchar hacia allá.
…pero entonces…
Fue entonces cuando la chica apareció otra vez y me tomó de la mano apresuradamente. Mi mente, ya más calmada, intuyó que quería ayudarme a encontrar a mi amigo porque sabía de su paradero. Fui con ella hasta llegar a una gran furgoneta policial algo alejada de la zona de conflicto. Me señaló varias veces aquel vehículo, por lo que até cabos y fui consciente de que los policías le habrían introducido en el interior de aquella furgoneta.

Al menos ya sabía dónde estaba, lo que me tranquilizó en cierta medida, pero, conociendo la mano dura del gobierno con todo lo concerniente a extranjeros periodistas intentando unirse a la causa tibetana, esa tranquilidad se convirtió rápidamente en un sentimiento más ambivalente para finalizar siendo etiquetado como turbulento y ansioso de nuevo.
Conocía su ubicación, pero me sentía impotente. Sonreí a la chica, le pedí perdón por mi comportamiento anterior en mandarín y le di las gracias. Permanecí allí helado y parado como un pasmarote, impertérrito, a la espera y sin saber cómo actuar.
Mientras la, para mí, interminable espera, por mi cabeza pasaron todo tipo de cavilaciones sobre lo que le podía haber ocurrido. Puede que hubiese discutido con algún policía. Tal vez había sido confundido con un delincuente, o incluso que la chica se hubiera equivocado y él no se encontrase en la enigmática furgoneta, sino en otra que ya había partido hacia quién sabe dónde.
Un momento interminable!!!
No sabría decir si transcurrieron diez o treinta minutos, pero mi amigo por fin salió de allí, con una cara que expresaba miedo a la par que alivio por haber sido liberado. Yo ya sabía que a los laowai (“extranjero” en mandarín) no les está permitido fotografiar ningún lugar que no sea turístico en el Tíbet, debido a los problemas previos con periodistas foráneos defensores de un Tíbet libre que habían intentado plasmar en imágenes la supuesta represión del gobierno comunista hacia el pueblo tibetano. Lo que no sabía por aquel entonces es que esa ley se ampliaba a territorios culturalmente tibetanos no considerados Tíbet por el propio PC (Partido Comunista). Informamos de que esta labor de rígido control sobre la población en lugares con movimientos independentistas es organizada y planificada por el Ministerio de Seguridad Pública, uno de los órganos de gobierno con mayor presupuesto de la nación.
A mi colega le habían estado interrogando sobre los motivos de su visita al gigante asiático de muy malas maneras, le obligaron a borrar ante sus ojos todas las fotos tomadas aquel día y le amenazaron con ser mucho más severos si lo volvían a ver con la cámara repitiendo la conducta en cualquier otro lugar no turístico. Todo ello mediante el uso de un inglés chapucero, pues ni José hablaba una palabra de chino mandarín, ni aquellos representantes de las fuerzas del orden dominaban el inglés.
Fue una advertencia en toda regla y, aunque nos arruinó un rato del viaje, nos olvidamos pronto del incidente y continuamos nuestra travesía por el vasto imperio chino.
EL DOMINIO DEL PARTIDO COMUNISTA EN CHINA
Tanto el conflicto tibetano como el de los musulmanes en Xingjiang han sido un quebradero de cabeza para China en su objetivo de mantener su gigantesco territorio unido. Conocidos y comentados en otros capítulos del libro son los recientes sangrientos atentados del movimiento islámico del Turquestán Oriental o las inmolaciones de monjes budistas a finales del siglo pasado e incluso a principios del actual.

El partido comunista ha intentado repoblar estas zonas con chinos de la etnia mayoritaria han, ofreciendo apetitosos salarios a todo aquel que quisiera marchar hacia allá. De esta controvertida manera, ha conseguido aumentar la población han hasta alcanzar un cincuenta por ciento de la misma. Paralelamente, han ejercido un férreo control sobre cualquier amago de protesta o reivindicación independentista.
En una nación de nueve mil quinientos noventa y siete kilómetros cuadrados
en la que conviven cincuenta y cinco grupos étnicos diferentes, parece complicado llegar a un consenso total con todos ellos, sobre todo cuando la etnia más privilegiada es la más numerosa, la han.
Para finalizar este episodio, describiremos lo que fue una auténtica experiencia mística en toda regla; vivida en otro de aquellos pueblos tibetanos plagados de minorías étnicas, tan alejados del mundo real, pero, a la par, tan reales.
VISITAR UN TEMPLO DE UN PEQUEÑO POBLADO

Nuestro objetivo era alcanzar en bicicleta un templo aislado a los alrededores de la pequeña población de Baisha, donde reside la etnia naxi. Llegar al pueblo desde Shangri-La no fue tarea complicada, pero desde allí hasta la cima fue una odisea de las que marcan época. Eso sí, con un final apoteósico.
Los escasos doce kilómetros que nos separaban de nuestro destino se convirtieron en una tortura cuando las empinadísimas rampas surgieron en la ya de por sí malograda carretera. Metiendo riñones y realizando escorzos más propios del jorobado de Notre Damme, íbamos avanzando con gran fuerza de voluntad. Por momentos, en algunos tramos imposibles hasta para Pantani en sus mejores tiempos, no teníamos más remedio que bajarnos y continuar caminando. Todo empeoró cuando quedaban tres kilómetros para la cima y barajamos la opción de rendirnos. Una lluvia atronadora lo inundó todo. Caló profundamente, no solo en nuestros gélidos cuerpos sino también en nuestra moral, ya en exceso débil y mermada. Sea como fuere, decidimos echarle valor y continuar.
Los tres mostramos momentos de flaqueza, pero nos fuimos motivando los unos a los otros para así salir del atolladero. Siempre que el sufrimiento se torna intolerable, debe haber una recompensa merecida esperando (o no). Eso pensamos y no nos equivocamos. Al visualizar aquel templo, ya con el corazón en la boca, se inició una risotada conjunta derivada de una mezcla de cansancio y éxtasis que fue seguida por gritos guturales más propios de tribus amazónicas. Lo habíamos conseguido. Aparcamos nuestras bicis donde pudimos y, empapados hasta el tuétano, nos quitamos los zapatos y entramos en aquel sagrado y bello santuario.
Visita….
Nada más entrar, absoluto silencio. Descalzos nos desplazábamos por la mullida alfombra admirando una decoración intensa y colorida que era una fuente de placer inmensa para nuestros sentidos. Allí no había ni un alma.
Cada uno de nosotros se perdió por distintas zonas del habitáculo. Mudos y en trance, meditamos por un rato y terminamos acostándonos para descansar mientras visualizábamos los interminables frescos en el techo que contaban historias budistas de diferente temática. Los tonos pasteles tan característicos de los mismos nos elevaban el ánimo. De la euforia pasamos a la calma más absoluta, siendo conscientes de que es el contraste de sentimientos lo que realmente nos mantiene vivos. La constancia emocional es un imposible que el humano se empeña en conseguir. La alegría sin la existencia del sufrimiento es un sinsentido que nos introduciría en un letargo y ensimismamiento crónico del que nada bueno saldría.
….y vuelta.
La bajada, comparado con lo anterior, fue coser y cantar. Ya no llovía y el sol asomaba paulatinamente dejando una inigualable estampa al atardecer. Justo después de una de las curvas, emergió ante nosotros la eterna Shangri-La de nuevo, protagonista del libro anteriormente recomendado y que pudimos disfrutar en su esplendor antes de que el devastador incendio de 2014 la dejara prácticamente en ruinas.

Desde arriba, la ciudad ganaba en magia y el naranja imperante a esa hora de la tarde propiciaba un brillo espectacular en los estéticos y enrevesados tejados de sus ornamentados templos. José avanzaba a gran velocidad sintiendo una agradable brisa en su cara. Alberto y Rocío, escuchando en sus auriculares las respectivas canciones “Krishna” y “Dancing in madness” del disco “Traveller” de Anoushka Shankar, tuvieron que bajarse de la bici para contemplar semejante escena al son del sitar. Emocionados, lloraron a lágrima viva. A todos nos cambió un poco la vida.

